Devolver bien por mal

«Sólo hay una manera de poner término al mal, y es el devolver bien por mal». – Tolstói.

Es realmente difícil mantener la calma y la visión cuando personas a las que apreciamos, no nos tratan bien y no se arrepienten lo más mínimo. Ni siquiera contemplan mejorar en algo su actitud, porque consideran que no actúan mal. Aunque nosotros suframos, y sepamos que ellos sufrirían igual si la situación fuese la opuesta, devolver esa «puñalada» sólo serviría para alimentar la ira. Hacerlo sólo llevaría a la destrucción propia y/o ajena.

Hay personas que toleran mejor el conflicto que otras. Aquellos de un carácter más sensible (que no susceptible, ¡ojo!), cuando se encuentran con una situación de estas características, para no salir realmente heridos, tratan de evitar el conflicto. Intentan mantener la esperanza de que la persona deje de comportarse mal con ellos, pero cuando esto no funciona, al final la mejor opción es mantener una actitud de amabilidad, respeto e incluso simpatía con esa persona, y con el tiempo ir alejándose para cultivar relaciones buenas de verdad. Este es un proceso complicado, difícil y lento, pero es necesario para «sanar» la herida, y para vivir feliz y plenamente.

Cuesta aceptar que, muchas veces, hablando no se entiende la gente. Porque cada uno tiene un punto de vista diferente. Cuando uno no está interesado en asumir la responsabilidad de sus actos, porque sus intereses se superponen al daño que han ocasionado, no se puede hacer nada. No se puede «cambiar» a quien no está dispuesto a hacerlo. No se puede hacer entrar en razón a quien no lo desea. No se puede despertar la empatía y la consideración en quienes no lo practican.

Al llegar a este punto, la «víctima» de la situación puede tender actitudes negativas y extremas, como son autocompadecerse o culpabilizarse, o incluso a ambas cosas indistintamente.

La autocompasión es un bucle del que es complicado salir una vez que se entra en él. Sólo sirve para perder el realismo,  y tener una concepción equivocada de nosotros mismos y de lo que nos rodea.

La culpa que no nos corresponde es igual de dañina. Ser conscientes de nuestros errores e intentar enmendarlos, es algo necesario para mejorar como personas. Sin embargo, culpabilizarnos por algo que no hemos hecho, sólo nos lleva a acumular más daño innecesario, a bloquearnos y a perder la perspectiva de cómo son las cosas realmente.

Es importante que mantengamos la objetividad, y esto se logra analizando la situación desde todos los puntos de vistas posibles, pidiendo consejo a personas de confianza de las que valoremos su opinión, y tomando decisiones que no se basen en ningún tipo de venganza, aleccionamiento o reproche. También es conveniente que evitemos las explosiones emocionales, ya sólo nos haremos más daño y no conseguiremos nada positivo.

Con el tiempo, los problemas de este tipo se pueden suavizar, o acrecentarse. Esto es cuestión de la intención que tenga cada uno. Si una persona está intentando arreglar las cosas y la otra no está por la labor, no se puede hacer nada, es un hecho irrefutable.

A muchas personas se les da muy bien comprometerse, pero se les da muy mal claudicar. Considero muy importante que aprendamos a «dejar ir», a dejar que se marchen las cosas que no funcionan, por más que las queramos y sintamos que son algo esencial para nosotros.

Si alguien nos hace daño una y otra vez, le damos mil oportunidades y es para nada, quizás ya es hora de aceptar su necesaria y futura ausencia en nuestra vida. Quizás ya es hora de seguir adelante, sintiéndonos libres y sin cargar con una culpa que no nos corresponde. Porque ya lo hemos intentado y si ha sido en vano. Es el momento de asumirlo y seguir adelante.

Hay muchísimas cosas que no podemos controlar. A veces nos encantaría hacerlo, pero no podemos parar el mundo. Si esto es así, entonces, ¿por qué dejar que el mundo nos pare a nosotros?

CRISTINA GAZTELU VARGAS