Día Internacional de la Mujer

El Día de la Mujer tiene su importancia, como cualquier otro día que esté en nuestro calendario anual para reivindicar una causa por la que aún se ha de luchar. Si no hay un día del hombre es porque, lejos de celebrar el ser mujer, este día existe debido a que, desgraciadamente aún vivimos en una sociedad en la que hay un machismo latente, y tenemos que seguir luchando para erradicarlo.

Para construir una sociedad que se asiente sobre buenos valores para todos los individuos que la formamos, deberíamos, en la medida en que nos sea posible a cada uno, luchar por la igualdad. Deberíamos levantar la voz por todas esas mujeres que no pueden hacerlo, que son maltratadas, sometidas y utilizadas como objetos. A ningún ser humano le corresponde someterse a otro, ser humillado o tratado como a un ser inferior. No podemos permitir que nos hagan sentir más débiles, incompletas o inseguras por nuestra condición femenina. Nosotras mismas caemos en la trampa muchas veces, inconscientemente. Nos autoimponemos límites y carencias que no son reales, dejándonos llevar por un entorno con ideas torcidas.

Sin embargo, para plantarle cara al machismo, no nos hace falta ir actuando según un rol que contraste radicalmente con lo que se suele identificar culturalmente como «femenino». Cada una debemos vivir de la forma en la que nos sentamos felices e identificadas. Deberíamos sentirnos libres de prejuicios y así poder ser como queramos ser, siempre que no irrumpamos en la felicidad de otro ni tratemos a otras personas injustamente.

Con esto quiero decir que, por dar un ejemplo muy simple, si nos gusta llevar una falda de flores, pintarnos los labios y cantar canciones de princesas de Disney, somos igual de dignas que si nos gusta jugar al rugby, no maquillarnos ni llevar tacones. Son roles que están impuestos por una sociedad que se estructura en base a unos códigos, y éstos varían según el contexto.

Adecuarnos a unos códigos determinados para mantener un orden, es algo necesario para coexistir y funcionar entre todos como sociedad. El orden no implica discriminación, sino equilibrio. El orden bien planteado, lo podemos considerar como un medio para promover la igualdad, puesto que nos entrega a cada individuo una serie de deberes y libertades. Ahora bien, si el orden establecido obliga implícitamente a las mujeres a cumplir unas expectativas nada realistas, para poder presentarnos en sociedad como personas válidas, atractivas y capaces, entonces hablamos de discriminación.

Es un hecho irrefutable que, en la mayoría de los contextos, a los hombres nos se les exige socialmente al mismo nivel que a las mujeres. Nos encontramos con esta discriminación diariamente, pero estamos tan familiarizados que a menudo cuesta no pasarlo por alto. Vivimos constantemente sintiéndonos presionadas por llegar a cumplir esas expectativas inalcanzables, que son tan falsas e injustas para todas nosotras.

Somos mujeres, y nuestra forma de vivir la elegimos nosotras. No necesitamos que aquellos que estén inmersos en esa mentira superficial, cuando la mayoría seguramente ni nos conocen ni nos aprecian de verdad, nos influyan hasta el punto hacernos sentir obligadas a cambiar para ser aceptadas. No nos merecemos ninguna presión social que nos moldee para que dejemos de ser fieles a nosotras mismas, y así podamos encajar en un papel construido a partir de ideas preconcebidas, injustas y arcaicas. Éstas ideas deberían estar ya superadas.

Cada individuo merece el mismo respeto y consideración que cualquier otro. Si uno respeta a los demás, merece ser también respetado. Es una regla simple, pero aún no puesta muy en práctica.

Aspiro a que entre todos construyamos una sociedad que se base en valores que promuevan la igualdad. Fomentemos valores positivos como la honestidad, la compasión y la tolerancia. Acabemos con el sometimiento, el maltrato y la humillación. Las pequeñas acciones marcan la diferencia, no son nada insignificante. Nuestras ideas y elecciones determinarán el futuro. Confiemos en que las buenas acciones tengan un valor real en este mundo. No nos resignemos. La bondad genuina es algo escaso y muy difícil de cultivar en una sociedad tan movida por el egoísmo, pero no deberíamos dejar de intentarlo. Seamos personas libres, que defiendan la dignidad que todos merecemos, por nuestra condición humana.

CRISTINA GAZTELU VARGAS